Danilo Kiš Una tumba para Boris Davidovichpresentó como estudiante de Derecho. Ese tal Aymike, hasta hacíapoco, había trabajado en la empresa Digtaryev, en calidad devigilante del almacén, pero había sido despedido, aseguraba, poractividades ilegales. Miksa y Aymike, unidos por el mismo odio,intentaron ganarse la vida participando en las cacerías que el condeBagryán organizaba en los alrededores y en las que ellumpenproletariado de Antonovka no servía más que como sustitutode los perros en los turnos de caza de los señores de Bukovina y delos Transcárpatos. Sentado a la fresca sombra de los olmedos,mientras, a lo lejos, resonaban los cuernos de caza y se oía elnervioso ladrido de los canes, Aymike le habló a Miksa sobre un futurosin perros, sin señores, ni cuernos de caza. Cuando resonaban loscuernos de caza, a Miksa apenas le daba tiempo de llegar corriendohasta el lugar en el que estaba derramándose la sangre del jabalí, ydonde los señores, acompañados por el infernal jadeo de los dogos,brindaban unos con otros levantando los torcidos cuernos-copas,adornados de plata, que vaciaban hasta el fondo.Ese mismo Aymike (que dos meses después volvió a estarempleado en el almacén de la empresa Digtaryev), durante unareunión clandestina en el sótano de una casa de los arrabales deAntonovka, aceptó a Miksa dentro de la organización. Al mismotiempo le exigió que volviera a buscar trabajo para mantener afiladala cuchilla revolucionaria.El azar estaba de parte de Miksa. Una tarde de agosto, mientrasyacía en el borde de un barranco, al lado del camino de Correos, a lasalida de Antonovka, vio pasar en una calesa a Herr Baltesku. «¿Escierto?», preguntó éste, «¿que desollaste viva a una mofeta y le distela vuelta a la piel como si fuera un guante?». «Es cierto», respondióMiksa, «aunque nada de esto es asunto suyo, Herr Baltesku». «Apartir de mañana puedes trabajar para mí», replicó Herr Baltesku,nada ofendido por la osadía de Miksa. «Para que sepas», le gritó, «loscorderos son astracanes». «El que sabe desollar una mofeta viva,también sabe darle la vuelta a una piel de astracán sin hacer el cortepara los pulgares», gritó detrás de él Miksa, muy seguro de sí mismo.
El encargo
A finales de septiembre, Miksa volvía en bicicleta de la finca de HerrBaltesku, el comerciante de pieles de Antonovka. Por encima de losbosques, se levantaba una nube bermeja, anunciando vientosotoñales. Por el camino, se le unió Aymike en su flamante bicicleta ydurante un tiempo condujo a su lado, sin mediar palabra. Luego lecitó para una reunión al día siguiente por la tarde y en un cruce decaminos bruscamente giró en una bocacalle. Miksa llegó puntual ehizo la señal acordada. Aymike le abrió la puerta sin encender la luz.«Seré breve», dijo Aymike. «He quedado con cada uno de losmiembros en un lugar diferente y a una hora distinta. Los esbirros tansólo han aparecido en uno de esos lugares. (Pausa). En el molino de16